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“Coaching” con fondos públicos: el nuevo rostro del viejo abuso

El descaro ya no sorprende. Lo que indigna es la naturalidad con que se ejerce. Esta semana, la Contraloría General de la República confirmó lo que muchos sospechaban: el gobernador metropolitano Claudio Orrego, ex DC y hoy independiente, usó recursos públicos para financiar sesiones de asesoría orientadas directamente a su campaña de reelección.

Más de $31 millones del presupuesto del Gobierno Regional fueron entregados a una consultora privada bajo la excusa de “coaching directivo”. De las 52 sesiones realizadas, al menos 16 abordaban explícitamente temas electorales: desde discursos de campaña hasta estrategias comunicacionales. Y sí, todo pagado con la plata de todos.

Orrego no es un improvisado. Fue intendente, ministro, alcalde. Su carrera es larga, y precisamente por eso su falta es más grave: sabía perfectamente lo que hacía. No se trató de un error administrativo. Fue una decisión política amparada en la lógica del “total, nadie se va a enterar”.

Pero nos enteramos. Y no solo en Santiago. Magallanes, Ñuble, Biobío, Antofagasta, Los Lagos… la lista de gobiernos regionales con observaciones por uso electoral de fondos públicos ya es extensa. Una estructura paralela que huele a lo peor de los noventa: el Estado convertido en botín electoral.

Mientras tanto, ¿quién responde? ¿Qué sanción real enfrentan? ¿Qué mensaje reciben los ciudadanos? Que da lo mismo. Que la política es un juego de pillos donde lo único que importa es saber moverse entre las rendiciones, las boletas y las consultoras amigas.

Y lo peor: no hay sector que se salve. La ex Concertación sigue jugando a las apariencias. La derecha sigue financiando campañas desde fundaciones. El Frente Amplio, que prometía transparencia, ya tiene sus propios esqueletos en el clóset. El mapa político chileno se ve así: transversalmente contaminado.

¿Entonces qué le queda al ciudadano común, ese que paga impuestos, que va a votar con la esperanza de un cambio, y que luego ve cómo sus recursos terminan alimentando campañas personales?

Lo que queda es la rabia. La desafección. La renuncia a creer. Porque, al final del día, no es solo dinero mal usado. Es legitimidad perdida.

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